QUITÓN ONOFRE
Salir de ver Guitón Onofre deja una sensación curiosa: la de haber asistido a algo pequeño en forma, pero enorme en alma. Dos intérpretes, un arpa, una mesa y un libro bastan para que el escenario se convierta en un viaje por la pobreza, la astucia y la dignidad del que sobrevive sin más armas que su ingenio. Pepe Viyuela, en su madurez escénica, demuestra que la contención puede ser más poderosa que el artificio. Su Onofre no busca caer simpático, y precisamente por eso resulta tan humano. Es pícaro, sí, pero también frágil, cansado, y a ratos luminoso. Hay en él una tristeza antigua que, sin decirlo, habla del presente: la España del hambre y la del desempleo comparten más de lo que quisiéramos admitir. La dirección de Luis d’Ors opta por el vacío, por el silencio y por la palabra. No hay decorados que distraigan, no hay trucos. Todo sucede en la voz, en el cuerpo y en la música. Y qué decir de Sara Águeda, que con su arpa crea atmósferas que oscilan entre lo sagrado y lo popular, en...