CRÓNICA AMARAL
“La Dolce Vita de Amaral: cuando la belleza decidió quedarse a vivir entre nosotros”
19/07/2025I. Preludio de una emoción anunciada.
El concepto de La Dolce Vita ya avisa: esto no es una gira, es una declaración. Una oda a la vida en su estado más puro, más brillante y más valiente. Una vida donde se baila con heridas, se canta con cicatrices y se ama, SIEMPRE, como si fuera la primera vez.
Y Amaral lo entiende, lo canta. Lo llora, lo acaricia y abraza. No es solo una banda. Es un espejo. Un espejo al que no le tienes miedo.
II. La entrada de Eva: entre lo celestial y lo carnal.
Cuando Eva pisa el escenario vestida como una sacerdotisa del rock cósmico, no camina. Flota. Lleva un vestido negro con capa. Ella así brilla. Es Artemisa con pedales. Es Venus con eco.
Y cuando canta la primera frase “Recordadme tendida en el río…": abre un portal.
Ahí, en esa frase, todos los asistentes “incluida yo", con mi barra de labios roja ya peligrosamente desplazada, entendemos que no hemos venido a un concierto. Hemos venido a que nos rompan con dulzura. A que nos toquen el alma sin pedir permiso.
III. Juan Aguirre: el arquitecto del milagro.
Detrás (o al lado, más bien), Juan. Ese hombre que no necesita una palabra para conmover. Le basta una cuerda. Una mirada. Una postura. Es el equilibrio entre lo eléctrico y lo emocional. El responsable de que las canciones de Amaral no solo suenen, sino que respiren.
Cuando empieza “Toda la noche en la calle”, la guitarra de Juan no acompaña: dirige. Y tú, obediente y feliz, sigues. Aplaudes. Gritas. Te rompes y te recompone en cada acorde.
IV. LaDolce Vita: el concepto hecho carne.
Cada tema del concierto es una postal. Un cuadro vivo. Una escena rodada por Fellini con la intensidad de una película de Almodóvar. Hay color. Hay furia. Hay ternura. Hay electrónica, hay amor, hay verdad, vida y libertad.
En "Libre", Eva se convierte en una deidad rebelde. Con el puño en alto y los ojos ardientes, grita con voz de siglo XXI que la libertad no se negocia. Y nosotros, desde abajo, nos sentimos menos solos. Más vivos. Un poco invencibles.
En “Podría haber sido yo”, por otro lado, llega como una caricia inesperada. Es intimidad pura, a pesar de estar rodeados de miles de personas. Es una confesión envuelta en luces suaves. Un momento que se queda a vivir en el pecho.
Y luego está “Días de verano”, que debería estar prohibida si no tienes el corazón bien sujeto. Porque suena y de repente te acuerdas de todos los amores que ya no están, pero que siguen oliendo a sal y a promesas sin cumplir.
V. Un ejército de emociones.
La escenografía, una mezcla de futurismo nostálgico y arte barroco pop, baila con las canciones como una amante fiel.
Pantallas led, luces que no sólo iluminan sino que dialogan, y un montaje que entiende que lo visual no debe distraer de lo importante: la emoción.
Porque Amaral no necesita humo. Ni trucos. Ni fuegos artificiales. Solo necesita una canción y una verdad.
VI. El clímax: “Sin ti no soy nada”.
Y entonces llegó. Esa canción. Ese himno. Ese susurro que todos hemos gritado alguna vez. “Sin ti no soy nada”. Y lo que pasó fue esto:
Eva bajó el tono. El público subió el alma. Y durante algo más de 3 minutos, el WiZink dejó de existir. Solo éramos una multitud llorando lo que fuimos, lo que no dijimos, lo que soñamos…
Ella no cantó. Ella suplicó. Y nosotros respondimos con una devoción que haría temblar a cualquier religión.
Y yo, que había venido entera, me descubrí rota y agradecida. Porque no todas las grietas son malas. Algunas, como las que deja Amaral, sirven para que entre la luz.
Y nos acercamos casi al final con "Marta, Sebas, Guille y los demás":
Entonces nosotros, sus niños, nos descubrimos pequeños ante una diosa del Olimpo.
Volvimos a las noches de verano, a las mitades fugaces, a los recuerdos que son 'la dulce vida".
Ella nos cantó cuando no sabíamos quiénes éramos y lo volvió a hacer cuando nos habíamos encontrado.
VII. El cierre: Ahí estás.
y el mensaje era claro: esto no es un final, porque ahí estáis vosotros.
Esto es una invitación a seguir caminando con la música como brújula. A vivir con los ojos abiertos. A no pedir permiso para sentir. A continuar juntos.
Se despidieron desde la humildad, con el corazón en la mano y un amor que traspasa fronteras.
Porque la belleza no se anuncia. La belleza se queda.
Epílogo: una dolce vita compartida
Salí del WiZink con el alma hecha un lazo y el corazón ligeramente mareado. Con la sensación de haber asistido a algo importante. Algo que no se olvida. Como un primer beso o una verdad dicha a tiempo. Y pensé en todo lo que representa Amaral: una banda que ha crecido sin venderse a nadie. Que ha evolucionado sin dejar de ser ellos. Que ha sabido hacer de la música un refugio, un grito, un espejo.
La Dolce Vita no es solo una gira. Es una forma de vivir. Una forma de cantar sin miedo. De amar sin pedir disculpas. De ser sin justificarte.
Gracias, Eva. Gracias, Juan.; por hacernos mejores durante dos horas y media. Por recordarnos que aún se puede vivir bonito, que aún se puede sentir hondo, que aún queda esperanza en los acordes y en las personas.
Y que cuando alguien te pregunta qué es eso tan especial que tiene Amaral, solo puedes decir: Pues, cariño. Es que... es la vida, pero con banda sonora.
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ESCRITO POR: Silvia Domínguez
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